De lo que no se puede hablar es mejor jugar. (paráfrasis de Wittgenstein)

Hay más cosas que hacer en el mundo que estar todo el tiempo en él.

Perderse: no dar con uno mismo.

A menudo nos impide aplastar una mosca, no su velocidad ni sus cambios de trayectoria, ni nuestra mayor o menor habilidad para hacerlo, y tampoco es la posible “inmoralidad” del acto lo que nos reprime. Lo que suele disuadirnos de acabar con la dichosa mosca es la superficie en la que se posa (el pastel, la cabeza del niño, la herida, el vestidito limpio…)

En ocasiones, la grosería es lo más sutil que se puede ofrecer; otras veces, la sutileza constituye el mayor de los insultos.

La memoria de elefante da lugar a seres pesados y orejudos que con solo aproximarse a la cacharrería del pensamiento destrozan por igual las ideas más preciosas y las quincallas más prescindibles.

El silencio de Cage (como el de Duchamp) está rodeado de una charlatanería exasperante.

Es muy difícil que un hombre solo pueda tener razón; es bastante fácil que la haga perder a los demás.

La teoría es la creación de una distancia, la ironía también; ya solo me quedan tiempo y ganas para la segunda.

No solo el cuerpo, el espíritu también tiene sus madrigueras: de paredes invisibles e impenetrables.

Me dicen que no nací para esto o aquello, pero moriré como todos los que nacieron para esto o aquello.

Solo como advenedizos se nos revelan las diversas caras del mundo.

“Conócete a ti mismo” o la inhumanidad del filósofo.

Cuando amenaza el fracaso se arrastran las palabras como se arrastra un cadáver.

A pesar de todo, hay que seguir pescando: En el estrecho, donde las corrientes se disputan la hegemonía, o en el absolutismo del océano, en el que las olas no son apenas nada.

No existe la vida substantiva, la vida sólo se deja adjetivar: decimal, de perros, oblicua, dolce, asimétrica, extraña, anfibia, humana, destilada, apacible… para aclararnos, nada más. Decir «mi vida» no tiene ningún sentido, es una manera de hablar; pero muchas veces las maneras de hablar hacen que se nos olviden las cosas que sabemos.

Más que los náufragos que somos, quisiéramos ser estilistas del trasbordo: del trasatlántico a la galera y de ésta a la patrullera o al catamarán; de la fragata al hidropedal y de éste al colchón neumático, al velero, a la patera incluso; del fuera borda al galeón o al mercante y de éste otra vez a la galera o al portaviones. Todo menos el naufragio. Todo menos dejar de flotar.

El disidente, en el filo de la pérdida, abriéndose y cerrándose, es un imperdible: sujeta con una mano lo que con la otra pincha. Cuando se cierra, sólo esconde la aguja: asimetría emboscada.

Caminar entre ruinas y proyectos y -con la precisión en movimiento- buscar el estado intermedio del estado intermedio, ese que nos hace columpiarnos entre los dígitos (1,0) de Buridán y al mismo tiempo comer alfalfa.

Los cambios de temperatura son mensajes. El frío y el calor, la quemadura y el helor informan, hablan. Y nosotros los oímos como siempre se oyeron los cuentos de los viajeros que vienen de lejos y que han dado la vuelta al mundo cruzando desiertos y tundras, sabanas y estepas, que han conocido al pingüino y a las aves tropicales, a los elefantes y a los leones de mar. Nos cuentan historias ocurridas en las regiones del dolor y en las que éste también es mensajero que nos habla de nosotros mismos, de nuestras delicadezas.

Aunque nuestra intimidad primigenia es seguramente apátrida, pronto es finiquitada por el mundo. Él nos inunda con sus síes y sus noes y nos hace participar en el juego. Nos convertimos en escondites donde se emboscan afirmaciones y negaciones. Todos jugamos al escondite. Nosotros escondemos cosas al mundo, él nos esconde las que le parece. Para revelar los escondrijos del mundo y sus contenidos, intranquilizamos al mar, gritamos al desierto, molestamos a los volcanes y a las cordilleras, traicionamos a la galaxia… Para que el mundo no pueda revelar nuestros secretos guardamos silencio entre los párpados, cantamos con los oídos, acariciamos con la mente, asesinamos con la mano de otro.

La inclinación es una desviación. Desviarse del sistema axial es desviarse de lo vertical, de lo horizontal, de la cruz que divide el mundo en cuadrantes iguales. Inclinarse es mirar hacia un lado no habitual: tener inclinaciones, ser un desviado, etc. Existe, sin embargo, una inclinación no desviada – pero quizás la más aberrante- que es, hacia adelante: obediencia debida.

Quise subir tan alto que caí; al menos fue por el otro lado.

Pensar el límite, como se piensa el vacío virtual de un intestino. Ni ocupado por una mierda blanda acomodaticia a su contenedor, ni ocupado por el fruto de un estreñimiento pertinaz que angula y rectifica la natural curvatura de las entrañas. ¿Existe un hiato pensable entre lo que llamamos pensamiento sólido y blando?

La verdadera inteligencia -a diferencia de la simple astucia- no quiere ser truculenta, ella sabe que fue el gran truco de los dioses y procura no engañarse.

Si reconocemos que la porosidad del pensamiento es el medio natural por donde circula nuestra vida…, si pensamos las ideas como piedras de paso en un arroyo en el que ellas mismas van redondeando sus cantos…, si fragilizamos nuestros peldaños haciéndolos de espejo y ascendemos levemente por ellos…, si dejamos de encogernos de hombros para así dejar de encoger nuestro espíritu…, si navegamos sin marearnos a bordo de todos esos barcos que somos cada uno…, si crecemos por intercalación…, si multiplicamos nuestros ojos sin dividir nuestra mirada. Si… entonces… ya veremos. Hoy por hoy… material de paso.

Si eso es un amigo, prefiero tener dos ombligos.

¿Quién no suscribiría hoy que si la macroeconomía es el mejor camuflaje de la guerra y la guerra el mejor camuflaje para la macroeconomía —y las víctimas se cuentan por centenares de miles en los países subdesarrollados—, los supermillonarios son también criminales de guerra?

De los animales nunca he sabido fiarme, su cercanía involucra demasiado mi atención: Me aterra su ejemplaridad.

Todo se inicia con el auto-secuestro para el que somos adiestrados desde muy pequeños: ¿Cínico? Perfectamente auto-secuestrado. ¿Depresivo? Insuficientemente (o defectuosamente) auto-secuestrado.

Estuvo en la cárcel por inocente.

Esto le escribí a una persona que, mostrando cierta preocupación, me instaba a manifestarme por algún medio: No estoy mal, pero… no soy buena compañía ni electrónicamente: demasiado suspicaz, demasiado decepcionado, demasiado hipercrítico, demasiado conflictivo, demasiado inadaptado para pactar con casi nada ni con casi nadie. Mejor callo, y otorgo, a través de un silencio que no hay que sobrevalorar, que apenas tiene el valor de no volver a preguntar/me jamás por lo incuestionable y no hacer/me más daño de lo imprescindible.

Yo no pico, pero… si tú te rascas…

La corrupción es fractal como las costas de una isla; la integridad, desgraciadamente, suele ser una isla sin costas.

Caminante no hay camino, se hace camino al pagar.

Comenzar a subir por una escalera es un acto de fe que culmina en una corroboración científica. Subir y bajar una montaña es algo menos comprometido.

Solo soledad, soliloquio, el más tramposo de los solitarios.

Los cables que me conectan con el mundo virtual se han interpuesto en mi camino real: luxación del alma.

Cuando todo sea transparente, todo nos resultará invisible. Por fin realmente ciegos, dispuestos a tocar.

Es difícil imaginar mayores humillaciones que las que yo mismo me inflijo, sin embargo ¿por qué han de doler más las ajenas? Seguramente es una cuestión de propiedad privada. Nos enseñaron a comprar el lote del Yo y hay que protegerlo de otros comerciantes.

En un segundo me han dado una lección que aprenderé en un segundo dentro de mil años.

Los “otros” son el infierno del “nosotros” porque nos miran desde el otro lado del espejo; allí solo han cambiado de lado el corazón, las orejas y el anillo de compromiso.

La calamidad no acostumbra a hacernos más fuertes, pero sí más rápidos en las respuestas.

Veo a ese mejor que yo, y a ese otro peor que yo; medidas de la incomprensión.

Es mentira que la mentira, que es una, mienta; solo se deja seducir por las múltiples verdades.

Tendría que dormir mejor para conseguir estar más dormido. Y viceversa.

Pienso en los aplastadores oficiales y no siento más que vergüenza de mí mismo.

Dios se murió de aburrimiento.

La amistad está sobrevalorada, consiste solo en la complicidad de dos corrupciones mutuamente inconfesables. La fraternidad está infravalorada, consiste en compartir una misma corrupción. La soledad, sin embargo, es la mayor de las corrupciones; por soberbia carece de cómplices y de beneficiarios; es la que humildemente suelo preferir.

La envidia puede ser sana, a condición de que sea otra cosa.

Nos percatamos del exceso de nuestros nudos cuando procedemos a desatarlos, entonces comprobamos las vueltas que dimos de más.

Ser humano (corpúsculo y onda): Sé dónde está pero no conseguiré alcanzarlo. Lo alcanzaré pero no sabré dónde estamos, ambos.

El cordón umbilical que me unía a mi madre supuso el último atisbo de mi especificidad, luego ya todo fue un espantoso y delicioso caos que comenzó y terminó con llanto pero sin lágrimas.

Duraré no lo que yo me proponga, sino lo que otros dispongan. Me importa tan poco si yo no puedo decidir mi eternidad y los otros tampoco.

Risa y labios sueñan junto a llanto y labios. Si despiertan: solo labios.

Si tanto nos aterra la muerte ¿por qué le damos tantas facilidades?

Ser-en-el-mundo-que-no-me-deja-ser-en-el-mundo-que-no-….

Domingo por la mañana: el mundo tarda en desperezarse y volver a desesperarse. Domingo por la tarde: ya no hay nada que hacer, dicen.

Al nacer, el contra-bautismo: Anudarás tus lazos con el rabo del diablo hasta que consigas convertirte en un Alejandro que corte el nudo gordiano de un solo tajo, y haya una sola víctima.

Voluntad de poder humillarme.

Propuesta de epitafio: Esta es la única conclusión a la que he podido llegar.

Velar la muerte de Dios, qué tremendo consuelo de plañideras de pago.

Kierkegaard: “Hay dos clases de desesperados, los que saben que lo están y los que no lo saben”. Una tercera: los que a veces lo saben y otras se les olvida.

Nietzsche contra la modernidad: “La exigencia de sistema es una falta de honradez”.  Qué decir de la asistemática de la postmodernidad mal interpretada del “todo vale”: A río revuelto, ganancia de pecadores.

Los mandamientos divinos hoy son eslóganes cretinos, todos en la misma senda, para que renunciemos; siempre renunciando a la libertad por creer en la felicidad. Si todos fuésemos ascetas qué gran placer para aquellos pocos que no consienten en serlo.

Lo peor del éxito es que en el momento en que te sobreviene empiezan a tomarte en serio.

Si la ambición te convierte en un miserable, llámala de otra manera.