En un stand de una galería de la feria de arte ARCO, en 1997 se traza sobre el ángulo más interior una suerte de línea segmentos de espejo a modo de chaflán que recorren toda la verticalidad de la unión de los paramentos, dando lugar a una esquina que parece estar abierta hacia el otro lado.
Solo cuando el espectador se encuentra frente a la obra, puede ver su propio reflejo. Se trata de una intervención mínima que cuestiona los espacios del mercado del arte y la contingencia de sus determinaciones. El espectador es fácilmente engañado de manera óptica pero también resulta víctima de estafas conceptuales, decorativas, formales o del mundo del glamur que suele rodear o formar parte inherente de este tipo de eventos.