PRESENTACIÓN LIBRO “EL RIZOMA Y LA ESPONJA”, 2018 Ed. Melusina  EN LA CENTRAL DE CALLAO A CARGO DE CAROLINA MELONI Y JORDI CLARAMONTE CON LA PRESENCIA DEL AUTOR

“El rizoma y la esponja” es el título de un libro de Joaquín Ivars escrito en 2014 y publicado en 2018 en la editorial Melusina. Fue presentado en La Central de Barcelona por Miguel Morey -que también hizo el prefacio – y en La Central de Madrid presentado por Carolina Meloni y Jordi Claramonte (https://joaquinivars.com/presentacion-el-rizoma-y-la-esponja-2019/ ), y fue reseñado por el propio autor mediante el artículo “Capturar y soltar” en 2021 (https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-lasmultitudes/capturar-y-soltar-a-proposito-de-rizoma-de-deleuze-y-guattari ). En el libro se identifican las posibilidades y las imposibilidades del concepto de Rizoma establecido por Deleuze y Guattari y cómo la esponja aparece como su ampliación y su “negativo”. En el libro se dice literalmente: […] Tratemos de imaginar ahora el negativo del rizoma. No, el negativo del rizoma no es el árbol, es otra figura: la esponja. […] ¿podría ser la esponja, cuyo laberinto infinito y disponible está hecho de un singular plegado y ahuecado, la cara oculta e imprescindible del laberinto infinito y sustantivo del rizoma? ¿No depende su supervivencia, su estar, de su particular modo de vaciado? […] “Estamos cansados del árbol” [Decían en “Rizoma” Deleuze y Guatarri, pero aquí…] no se trata de renovar esa oposición primera con otra del tipo rizoma-esponja. Solo indagar en la cara oculta del rizoma, ¿cuál podría ser la forma de su envés? […] En el libro se citan otros autores, desde Wittgenstein a Sloterdijk o Foucault, Atlan, G. de la Serna, etc. Siguiendo con la comparación entre Rizoma y Esponja: “[…] No son lo mismo. El rizoma captura por progresión, se desplaza hacia sus objetivos, su vector de deseo lo hace proliferar en todas direcciones, es la imagen constitutiva del apetito activo dispuesto a efectuarse. Carece de órganos, pero es un ‘tejido conectivo’. El rizoma es la más genuina herramienta del deseo, de la apetencia de cualquier clase. […] Crece hacia el exterior. La esponja, por el contrario, se deja llevar por la corriente y vuelve a fijarse, precariamente […] No tiene extremidades ni objetivos a los que dirigirse. […] El afuera está dentro, pero de otro modo, del modo particular en que cada cual lo filtre y lo organice. Quizás sea hora de dejarle más espacio, de prescindir de ciertos amueblamientos, de ensayar distintas acomodaciones. […] La esponja constituye el albergue por donde todo puede circular sin adherirse a sus paredes. Apenas crece hacia afuera, sobre todo lo hace hacia sí misma, hacia dentro, se pliega para que la superficie se multiplique. Calmada fluencia que permite un mayor trazado de recorridos, otras estancias donde el desapego irónico se confirma a medida que más atributos se deslicen por sus canales siempre en vías de reconfiguración, sin esclusas. Es la porosidad la que permite el tránsito, y sin embargo nada se obtiene.

Erótica de una esponja: notas en torno a El rizoma y la esponja de Joaquín Ivars (Melusina, 2008)
Por Carolina Meloni

“No se trata de negar la supervivencia al rizoma sino de recomponer de otro modo sus opciones, sus superficies de contacto, sus pasiones”

       Joaquín Ivars

1. Las máquinas asignificantes

“Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes”, nos decían Deleuze y Guattari al comienzo de su mítico Rizoma.

Casi 40 años han pasado de la primera publicación de este ya célebre texto, recogido posteriormente en el segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia, que lleva por título Mil Mesetas. Y, tal y como señala el propio Ivars, en estos años, hemos coleccionado todo tipo de lecturas, fobias y pasiones, afiliaciones y fidelidades casi patológicas, así como críticas demoledoras, algunas más o menos lúcidas que otras. El libro de Joaquín Ivars, El rizoma y la esponja, sin embargo, se sitúa en una dimensión distinta a la marcada por estas genealogías deleuzianas. Y dado que, “Rizoma nunca fue un asunto cerrado, ni un problema resuelto […] antes bien nos sigue proponiendo una trama que carece de argumento principal y que, por tanto, nos invita a generar, a repensar, sus opciones, sus devenires” (Ivars, 2018, p. 34); voy a situarme precisamente ahí, en esa cadencia en el pensamiento que supone tomar el testigo de otro autor, para generar y producir formaciones distintas, caminos que nos trasladen a otros territorios aún inexplorados, derivas y devenires no esperados: nos recordaba Deleuze en Conversaciones que, según Nietzsche, un pensador siempre lanza una flecha al vacío para que otro pueda recogerla y volver a enviarla a otro lugar, totalmente distinto. Tal es la tarea de Ivars con el rizoma: “transforma profundamente lo que recibe, no deja de crear” (Ivars, 2018, p. 189).

No estamos, pues, ante una interpretación más del texto deleuziano-guattariano. Tampoco, ante el homenaje del fiel discípulo que continúa de alguna manera el legado de sus maestros (aunque Ivars declare de forma abierta nada más comenzar el libro que su intención no es matar al padre –un psicoanalista tendría mucho que objetar a estas impúdicas confesiones-). No, El rizoma y la esponja es otra cosa… Es de un orden diferente. Posee un ritmo insospechado que nos balancea sobre el texto de Deleuze y Guattari a veces de manera pausada, moderada y aparentemente prudente; otras, en cambio, nos sacude sin ningún tipo de conmiseración, introduciendo cierto aire de desencanto o desilusión que roza el nihilismo. Asimismo, es un texto que conecta, establece conexiones con otros autores (Wittgenstein, Bachelard, Sloterdijk, Gómez de la Serna o Borges surgen a nuestro encuentro).

Respecto a las conexiones, aquí deberíamos detenernos brevemente. Es sabido que para Deleuze hay básicamente dos maneras de leer, de abordar un libro: tendríamos, por una parte, esa suerte de lectura teleológica que va a la caza del significante. Lectura que no deja de preguntarse: ¿qué nos ha querido decir este autor, pensador, filósofo? Que pide, en cierto modo, explicaciones a cada línea, párrafo o capítulo. Lectura arbórea, fijada a un territorio, que va siempre a la caza de las genealogías y orígenes. Por otra parte, está aquella lectura que, en contraposición a la anterior, considera el libro como una “máquina asignificante”: nada hay que buscar, comprender, interpretar del texto, sino que debemos asumir que al enfrentarnos a un libro algo sucede en su lectura; algo tiene lugar, algo se produce, cambia, muta. “Nunca hay que preguntar qué quiere decir un libro –se dice en Rizoma- significado o significante, en un libro no hay nada que comprender, tan solo hay que preguntarse con qué funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué multiplicidades introduce y metamorfosea la suya, con qué cuerpos sin órganos hace converger el suyo”.

Esta metamorfosis tiene lugar en el texto de Ivars. Su cuerpo sin órganos se diluye, se deshace en un devenir animal-vegetal, evoluciona y se licua en un ser aparentemente anodino pero que, de forma silenciosa e imperceptible, terminará absorbiendo, literalmente, al rizoma. Estamos, pues, ante un libro-esponja. La potencialidad de la figura elegida no es baladí, como intentaré explicar un poco más adelante. Un libro-esponja que podemos recorrer de manera aleatoria, introduciéndonos en sus concavidades, saltando de un parágrafo a otro, dejándonos llevar por sus flujos a través de sus pasadizos. Un libro que esponjea con el deleuziano, se pega a él, al tiempo que va succionando sus intensidades, corrientes y afectos. Devolviéndonos, sin embargo, un texto radicalmente cambiado, mutado, transformado.

2. Evoluciones aparalelas o las bodas contra-natura

Afirma Ivars que el negativo del rizoma no es el árbol, sino “otra figura: la esponja. ¿Otro artefacto? ¿Otra herramienta?”. Y no estoy segura de su contraposición. Por el contrario, a lo largo del texto, soy absolutamente incapaz de ver en estas dos figuras heterogéneas una dicotomía o par oposicional (incluso, las sugerencias de tratarlas como par masculino-femenino tampoco me convencen) en un esquema metafísico-tradicional tan lejano al texto de Deleuze y Guattari. Rizoma y esponja van y vienen en la obra de Ivars, se cruzan, se contraponen a veces, se rozan y contaminan, juegan y mutan de tal manera que en ocasiones resulta difícil distinguir el uno del otro: “pareja de uso, rizoma-esponja”, nos dice Ivars (Ivars, 2018, p. 107).

Resulta imposible no compararlos, entonces, con esa otra pareja tan deleuziana utilizada para describir el devenir como alianza, como una boda contra-natura o una evolución aparalela de dos seres que no tienen nada en común. Se trata de la abeja y la orquídea. El insecto que cree copular con otro de su especie, al tiempo que la orquídea-abeja lo utiliza para la polinización. Para Deleuze, no debemos interpretar esta relación bajo el clásico esquema de imitación, de calco. Hay un verdadero devenir abeja de la orquídea y un devenir orquídea de la abeja. No se trata de semejanza, sino de un rizoma común, una alianza más allá de toda filiación jerárquica. Un tipo de encuentro, de boda imposible que desbarata la lógica binaria del género y la especie; es también un robo, una captura.

Recordemos que devenir, para Deleuze, es hacer rizoma y no un árbol clasificatorio, filiativo-genealógico. La involución o alianza del devenir se produce a modo de un virus: es una lógica del contagio más que una lógica comunicativa o de transmisión hereditaria. Es transgenética y trans-genealógica. Es una expansión, propagación, contaminación. En este sentido, afirma Ivars:

“¿Podría formar la esponja parte de esa imagen que se nos escapa? ¿Puede el rizoma hacer rizoma con la esponja? Una esponja atravesada por un rizoma, bodas contra-natura, ¿no se trataba de eso? Las líneas del rizoma penetrando las voluptuosidades de la esponja -por aquí, por allá-, bucles de uno en la otra y viceversa, y entonces el rizoma se esponja y la esponja se rizomatiza” (Ivars, 2018, p. 76)

Y, aunque en la siguiente página se nos insiste, como en más de una ocasión, que no son lo mismo, que no son uno el envés del otro, dado que las determinaciones binarias ya no encajan con nuestra pareja conceptual, sí se producen entre ellos combinaciones no estructurales, participaciones entre reinos distintos. La esponja que captura, rapta al rizoma. Que muta, con sus poros y concavidades, usurpando el territorio que antes pertenecía a la raíz. “Rizoma: líneas y movimiento; esponja: agujeros y movimientos. Ahora sí, ahora no” (Ivars, 2018, p. 74).

Al leerlo, no he podido dejar de imaginar cierta lectura amorosa, erótica, a la manera deleuziana-barthesiana de un texto que poco a poco nos va contaminando de sus deseos erráticos, pasiones y movimientos rítmicos, algunos más dinámicos y abismales que otros. A modo de ejemplo, este pequeño texto, sobre las intensidades de Gómez de la Serna: “ojos simplemente para pensar y acariciar, no para vigilar. Pupilas por las que dejarse penetrar, pero no conquistar. ‘Ósculos’, y no óculos, llaman a los orificios más superficiales de las esponjas. Besos. Roces de labios en lugar de vivencias” (Ivars, 2018, p. 84).

¡Cuánta pasión irresuelta entre una mera esponja y un tímido rizoma!

3. Alegato a favor de la esponja

Para finalizar, no quería pasar por alto en mi comentario la potencialidad política del texto de Ivars. Retomaré para ello otra alegoría filosófica a la que esta esponja-receptáculo me ha retrotraído en más de una ocasión durante mi lectura.

Junto con Ivars, Derrida ha sido de los pocos filósofos que han utilizado la figura de la esponja como un indecidible, esto es, una figura nunca dicotómica, ni clasificable dentro de un par oposicional tradicional. Figura siempre limítrofe, la esponja no es simplemente animal o vegetal sin más; se trata de un zoófito, de un animal que limita con lo vegetal, ya sea por su composición externa como por la interna. La esponja posee también la forma-sin forma de un laberinto inhabitable (el “cuerpo” de la esponja recuerda siempre a un laberinto con sus numerosos conductos y pequeños canales internos por los que circulan el agua y los alimentos).

Pero lo que más nos interesa de esta figura de la permeabilidad, de la porosidad, es la capacidad y la potencialidad que posee para desestabilizar todas aquellas oposiciones onto-clasificatorias que intentan definirla. La esponja oscila. Oscila entre lo animal y lo vegetal, entre lo líquido y lo gaseoso, entre lo limpio y lo sucio. La esponja es el emplazamiento, el receptáculo que se come y que absorbe las formas. La esponja absorbe, se bebe y traga todo tipo de fluidos, sin terminar nunca de digerirlos ni de incorporarlos a su “organismo”. Puede, asimismo, “esclerotizarse” (Ivars, 2018, p. 108).

Innoble, sucia y limpia a la vez, una esponja puede muy bien ser una figura de la escara que crece y se multiplica sobre la piel, sobre la superficie como una especie de virus que todo lo consume. Ante todo, se multiplica, multiplica sus formas hasta desbordarse. “Increíble cosa sin cosa, nombre de lo innombrable que puede afectarse de todo, de lo limpio y de lo sucio, que puede mancharse y lavarse ella misma de sus manchas, confundiéndose así con todo (la piedra y el jabón, por ejemplo) y, por lo tanto, excluyéndose de todo, sola, única para ser todo o nada”, afirma Derrida.

Las imágenes de una esponja-casa, receptáculo, recuerdan a la figura platónica de la Khôra, especie de lugar, de origen de todas las formas, superficie porosa en la cual toman forma las formas. Como esa khôra, madre, matriz, receptáculo, figura femenina que da lugar, la esponja señala también la pasión del lugar: superficie de inscripción que, como su nombre indica, insta a inscribir, a trazar en ella una huella, a traspasarla y herirla. Ni sujeto, ni objeto, ni subyectile, es sin embargo lo que permanece debajo: lugar de acogida, soporte en el que el demiurgo imprime las imágenes de los paradigmas, especie de porta-molde, superficie que recibe las formas y que, sin embargo, no adopta ninguna forma (permanece in-forme, amorfa).

Khôra acoge todas las formas, les hace sitio en su interior: es atravesada, penetrada por las formas, mientras ella permanece impasible, inerte, sub-yacente. Khôra es el lugar de emplazamiento de todas las figuras; da lugar, y en ella todos ocupan un lugar, permaneciendo ella misma siempre ilocalizable, impasible, indiferente. Khôra, asimismo, al dar lugar pone en marcha la pregunta por el lugar mismo. Y, en definitiva, la pregunta por el lugar supone, en cierto modo, la pregunta por lo político.

Termino con este bello texto de Ivars sobre esa esponja-khôra que nos alberga, nos acoge, cuerpo y tejido sin órganos en el que disolverse y mutar:

“La esponja constituye el albergue por donde todo puede circular sin adherirse a sus paredes. Apenas crece hacia afuera, sobre todo lo hace hacia sí misma, hacia adentro, se pliega para que la superficie se multiplique. Calmada fluencia que permite un mayor trazado de recorridos, otras estancias donde el desapego irónico se confirma a medida que más atributos se deslicen por sus canales siempre en vías de reconfiguración, sin esclusas. Es la porosidad la que permite el tránsito, y sin embargo nada se obtiene. Mi silencio y mi espacio son tuyos, cógelos, están a tu disposición. Estás en mi casa, que es la tuya, pasa y alójate, toma cuanto necesites, parece decirnos, pero no intentes colonizar mis distribuciones, no fuerces mis pliegues, no me intoxiques, mucho menos de mí mismo” (Ivars, 2018, p. 102).

PRESENTACIÓN DEL LIBRO EN LA CENTRAL DE CALLAO A CARGO DE CAROLINA MELONI Y JORDI CLARAMONTE CON LA PRESENCIA DEL AUTOR: