Intervención en sala El Ojo Atómico, Madrid. Sobre el suelo, utilizando moqueta reciclada de la feria ARCO 94, se realiza un campo de juego a escala natural cuya característica principal es que todas las líneas de demarcación de las distintas áreas del juego, en lugar de ser continuas, se presentan discontinuas, es decir, compuestas por segmentos blancos.
La moqueta de ARCO, unos 400 metros cuadrados, fue transportada, aplicada sobre una superficie muy irregular y pintada primero de verde y luego delimitada con las líneas blancas discontinuas. Sin un espacio de tamaño semejante al disponible y sin gestionar el reciclado de la moqueta de ARCO una vez finalizada la feria, esta obra no se hubiese podido realizar.
Un elemento fundamental del proyecto son los cuatro proyectores de diapositivas con autofocus, un mecanismo de enfoque automático que hacía que si no existía imagen que proyectar (en este caso no la había) el objetivo se adelantaba y se iba hacia atrás en un vaivén continuo y por tanto abriendo y cerrando el haz de luz proyectado. Estos proyectores se situaron como jueces de línea en cuatro puntos estratégicos del terreno de juego sobre sillas plegables. Así, se intentaban enfocar las líneas de saque, interior de pasillo, lateral de saque y red.
Esta obra, habla de los mecanismos del arte contemporáneo, y de sus espacios “alternativos” (y de poder) como lugares de juego infantil en una España que apenas había iniciado, de manera balbuceante, un camino democrático, y, sin embargo, ya andaba queriendo dar lecciones sobre arte contemporáneo. Los gestores de estos espacios, muchos de ellos estudiantes de BBAA, que con mucha osadía querían relevar a generaciones anteriores, no eran más que émulos de unos mayores que les impedían el paso; pero nada más, solo se trataba de alcanzar el poder, las aportaciones en sí mismas a menudo eran de una ingenuidad tremenda y absurda. Terreno de juego, hablaba irónicamente de la incapacidad de definir terrenos y de ganar juegos cuando las delimitaciones entre apocalípticos e integrados en los sistemas de producción capitalista son apenas indiscernibles, igual que ocurre entre sobre-identificados con el sistema y supuestos anti-sistemas; finalmente suelen ser los mismos perros con distintos collares que no saben lo que significa jugar y mucho menos en qué consiste el juego del arte. Solo se trata de manejar el contexto y hacerse con el poder, una historia muy antigua y aburrida. En este terreno que aquí se proponía, se podía pensar en jugar (no interactivamente, como algunos sugerían acrecentando la infantilidad de sus lecturas), pero no se podía ganar. A pesar del formato muy similar a un terreno de juego convencional, o al igual que en una galería o espacio del arte, aquí no había sino pequeñas modificaciones que impedían saber si la bola entró o si hubo algún tipo de éxito. Es decir, la incertidumbre nos acompaña siempre, igual que la complejidad, y en este tipo de tráficos sociales y artísticos suele importar poco a qué se juega, sino quién gana. No sé si hubo alguien que entendiese la propuesta de juego crítico que yo presentaba.